LA ANUNCIACION

 

La Anunciación es una fiesta de la iglesia desde el siglo VI; se celebra el 25 de marzo, exactamente nueve meses antes de la fiesta de la Natividad.

Los primeros testimonios de esta festividad litúrgica aparecen en la época del emperador Justiniano, siglo VI. Antiguamente iba asociada a la Navidad. Al aumentar la importancia de ésta última, se formó un pequeño ciclo navideño y la Anunciación cobró autonomía.

El Papa Sergio I (687-701) fue quien introdujo la fiesta. Se elige concretamente la fecha del 25 de marzo porque circulaba la opinión de que Jesús se había encarnado coincidiendo con el equinoccio de primavera, tiempo en el que según las concepciones de la antigüedad, fue creado el mundo y el primer hombre.

La iconografía de la escena de la Anunciación es innumerable. De ella podemos encontrar representaciones en las catacumbas de Priscila (siglo IV). En el Renacimiento grandes artistas la han reflejado en sus obras poniendo a María sobre un trono de oro y vestida de lujosas sedas; Gabriel suele estar representado con alas extendidas y con frecuencia están presentes las azucenas como símbolo de pureza.

Su narración la encontramos en el Evangelio de Lucas (1:26-38); probablemente narrada por la propia María pues le confiere un alto grado de intimidad. Igualmente es un hecho citado y comentado en algunas historias de Vicente de Beauvais y en la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine, concretamente en el vol. I, capítulo LI, p. 211-216, donde nos relata con detalle la Anunciación. También está narrada con minuciosidad en los evangelios apócrifos: Protoevangelio de Santiago (XI:1-3), Evangelio Armenio de la Infancia (V:1-17) y Evangelio del Pseudo-Mateo (IX:1-2).

Los escritos apócrifos, siguiendo la base de Lucas, adornan con infinitos detalles la Anunciación, teniendo gran influencia en el arte bizantino.

La escena según descripción generalizada por Joaquín Pallás: "Es una escena complicada, que busca el dominio del espacio, la profundidad de la escena, el sentido ascendente del tema, la luz divina, y la Virgen en actitud expectante y orante. Suele representar dos mundos diferentes: por un lado el celestial, materializado en el ángel; por otro, el terrenal, pero místico y profundo a la vez enmarcado en la figura de María".

 
 

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